El sitemesino que acaba de atrapar millones con 16 años

Nació dos meses antes del proceso normal, a los seis años ya había sido operado de las vías respiratorias, aun así Adael Amador mostró desde la infancia las venas para el béisbol con la cual vino al mundo.

 A su padre, Plácido Amador lo apodaban “El Loco” porque andaba “calles arriba y abajo” con su hijo tomado del brazo, pues le decían que su retoño, el tercero de tres hermanos, no crecería lo suficiente y que era una pérdida de tiempo los esfuerzos que realizaba por convertirlo en pelotero.

El y su esposa, Elizabeth, a pesar de las precariedades económicas y las zancadillas que la vida colocaba en su camino decidieron echar la batalla y continuar hacia adelante en su esfuerzo por convertir a Amador en un jugador de béisbol, hecho que el torpedero vio convertir en realidad el pasado Julio 2, tras acordar por 1.5 millones con los Rockies de Colorado.

Corría el año 2012 cuando llegaron los tiempos difíciles para los Amador- , atrás había quedado un primer intento por convertir a Ariel, su hijo mayor, de 21 años en pelotero, también el empleo de ambos como joyeros en las zonas francas de San Isidro y las Américas, lugar donde se conocieron, se había ido por la borda.

Fe en el pequeño
Pero, Plácido, un exjugador de béisbol y con dotes de scout tenía la fe de que su pequeño sería pelotero, pues desde meses brincaba en la cama cuando presencia los partidos, cuando niño pintaba en sus mascotas, estadios de béisbol y escribiendo los nombres de los peloteros que estaban en moda en su primera infancia.

En la práctica, el amor y entusiasmo era igual, Alexander, como le apodan al padre le lanzaba en la calle rústica donde residían en Sabana Pérdida y veía que no se echaba hacia atrás a los rodados. Al pasar unos meses ya el niño había sido inscrito en la Liga Caba de esa comunidad.

Alegre y agresivo como su ídolo de antaño, José Reyes o el actual, Javier Báez, el novel pelotero de 6¥0 de estatura es uno de varios paracortos que firmaron en el proceso que comenzó hace menos una semana.

Su progenitor conchaba en la ruta Sabana Pérdida- Charles de Gaulle en un carro “pirata” y se exponía a ser agredido por los choferes que si estaban legales. Un día, un amigo le expresó que mientras esperaba a su hijo en el play porque no buscaba una mesa y se ponía a vender empanadas y jugos en el estadio, idea que le llamó poderosamente la atención y al poco tiempo dio apertura a ese negocio informal.

Amparado en el único sustento que para entonces tenía la familia comenzó a desarrollar a su joven pelotero, quien en poco tiempo pasaría a jugar a la Liga Cristian Pimentel en el Centro Olímpico Juan Pablo Duarte, en que la distancia era más extensa y las responsabilidades  mayores, pero asimismo eran las posibilidades de alcanzar una firma para el profesionalismo.

“Quedé maravillado cuando Eloy Jiménez firmó ese gran contrato con los Cachorros de Chicago”, narra Alexander sobre este gran producto de la Liga Pimentel, entidad de la que quedó encantando con la organización, el respeto y trato que le daban a los infantes.

Pero, la situación no fue fácil para la familia, el trayecto era más largo, la línea del Metro estaba distante de expandirse hacia la zona oriental y en ese mismo orden el teleférico era solo un sueño para los años por venir.

“En ocasiones observábamos a otros padres que iban por nuestra ruta y ni por cortesía nos invitaban a montarnos en sus vehículos, nos daba un poco de vergüenza pedirle bolas”, narra con tristeza Elisabeth sobre aquellos días difíciles en que después de las cinco de la tarde pasaban largos ratos a la espera de un vehículo que fuera al Quinto Centenario.

Buenas actuaciones
Un brillante desempeño en el evento Cal Ripken en el 2016, proseguía a una estupenda actuación en el torneo de béisbol CDN un año antes, certamen en el cual su nombre comenzó a estar en labios de la mayoría, se llevó varios de los principales premios, incluyendo el Más Valioso y hasta realizó un triple play sin asistencia.

En 2017 representa al país en un evento Pre mundial en Colombia en que la República Dominicana fue campeón junto a Estados Unidos, cuyo partido final se detuvo por las lluvias y en el mismo ya llevaba de 2-1 con una remolcada. Él fue uno de los mejores peloteros de ese evento.

De Adael, su padre conserva su primer guante, marca Wilson, su primer uniforme, sus anotaciones, un billete de 100 pesos que se ganó el joven en un torneo de vitillas, pero pronto también quiere conservar las pelotas de su primer imparable en la Liga Dominicana y porque no en las Grandes Ligas.

Adael, hoy se encuentra en el complejo de los Rockies, preparado para subir al siguiente escalón con la mente clara de que las cosas no serán fáciles, pero una vez más espera salir por la puerta grande. 

OPINION
 Integrante de las selecciones nacionales
ADAEL AMADOR
Jugador del cuadro de los Rockies

Alexander recuerda entre sollozos que fueron muchas las veces en que tras concluir los  entrenamientos solo había dinero para tomar un vehículo desde el Centro Olímpico hasta la  famosa bomba de expendio de combustibles de Los Mina en la Fernández de Navarrete, esquina San Vicente de Paul y desde ahí “nos íbamos caminando hasta el hogar en Sabana Perdida”, señala Alexander. Este comprende un tramo de unos siete kilómetros.

“Salíamos en ocasiones solo con 50 y 100 pesos en los bolsillos hacia el Olímpico que apenas daban para los pasajes y comprar una botella de agua y una comadre mía a veces nos ayudaba con el dinero del pasaje”, expresa.

Pero esto nunca desencanto a Adael, cuyo juego crecía con el paso del tiempo e integraba las selecciones nacionales de béisbol.

Torpederos.
Señala al extorpedero con varios equipos en las Grandes Ligas, José Reyes, y al boricua Javier Báez, actual campocorto de los Cachorros, como sus modelos a seguir en el béisbol.

Buena Locura.
Su padre se empeñó en convertirlo en pelotero a pesar de su baja estatura y a que tenía que “conchar” como pirata para llevar el sustento a la familia.

Siete kilómetros.
Esa era la distancia que tenía que recorrer desde la “Bomba de Los Mina” en la Fernández de Navarrete esquina San Vicente de Paul hasta su casa en Sabana Perdida cuando salía desde el Centro Olímpico y el dinero no alcanzaba para  tomar otro transporte público.

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