Un niño prodigio del golf crece en Argentina

BUENOS AIRES. A todas sus víctimas las liquidó a palazos: el tomate se desangró contra una pared, la papa quedó convertida en puré y la cebolla rodó en pedazos llorando su propia muerte. Al verdugo, actual niño prodigio del golf argentino, sus vecinos lo conocían como «El loco del palo».
Dylan Reales, de 11 años, empezó a practicar algo parecido al golf cuando con un palo de escoba le pegaba a frutas y verduras esparcidas por el piso al cerrar una feria frente a su casa, en una de las barriadas más empobrecidas de la capital argentina.
El niño sigue viviendo entre los pobres, pero ahora juega entre los ricos, tras sortear problemas económicos y discriminación.
«Lo primero que quiero hacer con el primer dinero que gane es sacar a mi familia de la villa (pobreza)», dijo Dylan en una entrevista con The Associated Press. «De a poco lo voy a lograr; ahora nadie me discrimina, todos me tratan muy bien y nadie dice que se alejen de mí».
Dylan se distraía hace dos años con la televisión cuando se detuvo en un programa de golf que le llamó la atención, sin saber qué deporte era.Dylan Reales
«Me cautivó la paz, los árboles, el paisaje, el canto de los pájaros», recordó el niño. Dylan le preguntó a su madre de qué se trataba eso de pegarle a una pelotita con un palo, y la respuesta fue que podía ser un partido de polo.
Por entonces, a Dylan le daba lo mismo si era golf o polo: había encontrado su lugar en el mundo, pero entendió que necesitaba auxilio.
«Vos que sabés hacer de todo, me tenés que ayudar», recordó el niño que le dijo a su abuelo Julio Reales, quien modificó un palo de escoba para que pareciera uno de golf.
Palo en mano, el niño esperaba el cierre de la feria y entonces salía a la caza de frutas y verduras y las sacudía de a una, imitando los movimientos que veía en el programa Golf Channel, del que se hizo fanático.
«Era muy divertido verlo a Dylan», destacó el presidente de la asociación de feriantes del lugar, Juan Romero. «Le pegaba a todo lo que fuese redondo. Si un nene ve a una cebolla le da una patada y no un palazo».
Dylan es el mayor de cuatro hermanos, vive con sus padres y su abuelo en un sector pobre en Retiro, casi en el centro de Buenos Aires y colindante con elegantes barrios. Al hogar de Dylan, en un edificio de tres pisos, se accede por una escalera tan empinada y angosta que no cabe el carrito para cargar los palos de golf, y lo deben bajar y subir atado a una soga.
«Tengo grandes sueños como jugar en Japón, en Estados Unidos y ganar el Masters de Augusta; con sacrificio sé que voy a llegar muy lejos», se entusiasmó Dylan, quien esta semana iba a participar de una ronda de práctica con Angel Cabrera, el mejor jugador de Argentina y ganador del US Open y del Masters.
Dylan tiene 25 de hándicap, algo que es excepcional para su edad. El hándicap se calcula entre la puntuación de un jugador y la puntuación ideal de un campo. En el caso de Dylan, al utilizar un promedio de 25 golpes sobre el par es algo fuera de lo común dado que aún no tiene fuerza y potencia con sus golpes.
«Dylan es un fuera de serie no hay duda; tiene gran talento, fuerza y muchas ganas de triunfar», dijo uno de sus profesores, Francisco Cortés.
¿Pero cómo pasó Dylan de masacrar vegetales en la calle a convertirse en una promesa del golf?
Un día su abuelo lo llevó a un lago y al otro lado Dylan descubrió un campo de golf y cruzaron para verlo de cerca.
«Dylan, somos pobres y ese es un deporte de mucho dinero», recuerda Don Julio que le dijo a su nieto cuando estaban llegando a la entrada del campo en el exclusivo barrio de Palermo, y con un cartel que les dio la bienvenida: «Clases gratuitas para chicos de 8 a 13 años».
«Entramos y una señora me dijo que no me aceptaba cuando le dijimos que vivíamos en una villa», señaló Dylan, quien lejos de desanimarse siguió insistiendo hasta que un profesor lo invitó a unas clases.
Según Don Julio, con apenas dos prácticas Daylan ganó un torneo entre 70 participantes con meses de experiencia y la gran mayoría dos o tres años mayores que su nieto. Desde entonces, Dylan ganó 17 trofeos en el circuito junior.
Ese primer torneo lo ganó con el primer palo «oficial» que le regaló su mamá Makarena. «Se lo regalé juntando peso sobre peso, con mucho esfuerzo y con dos condiciones: que no baje las notas en sus estudios y que ordene todos los días su habitación», dijo la mujer. Ahora Dylan tiene un set completo de palos gracias al patrocinio de empresas privadas.
Todos los mediodías tras salir de la escuela, Dylan, su abuelo y a veces con su mamá, viaja dos horas entre ida y vuelta, entre caminatas y un tren, desde su hogar hasta el campo de golf, el mismo en el que habría sido rechazado.
Durante el tramo final de la caminata, Dylan se la pasó imitando disparos de golf, ante la sonrisa de su madre Makarena, una ama de casa de 26 años, quien recordó que cada vez que su hijo ve un espejo se para frente a él y se pone a ensayar golpes.
«Ya tenía ese instinto desde que en el barrio le decían ‘El del palo»’, dijo Don Julio.
En ese atardecer, Dylan se paseó feliz con su carrito al que llevaba de un lugar para otro en medio de ese escenario de paz y musicalizado por los pájaros, algo similar a lo que descubrió por televisión.
Dylan se entrenó solitario con su profesor Cortes, quien le dijo a su alumno antes de un intento a ocho metros del hoyo: «Si la embocás, te doy 100 pesos».
Y el niño respondió: «Mejor que vayas sacando 200», a la vez que aplicó un golpe y la pelotita se fue a dormir a ese pequeño hueco de tierra.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.