David Ortiz disfruta de las labores caritativas como de jonrones

SANTO DOMINGO. Enviando pelotas sobre las verjas y conectando batazos oportunos entre abril y octubre, David Ortiz ha inundado con océanos de emociones el Fenway Park y ha impreso su nombre con letra china en el iris de millones de seguidores de la emblemática franquicia de Boston. Su desempeño ha sido pagado con más de US$100 millones.
Pero esta mole de 250 libras de fibra que intimida a los más efectivos lanzallamas asegura que el legado que más lágrimas ha sacado de sus pupilas son las más de 400 cicatrices imborrables en el pecho de niños que sobreviven gracias a operaciones de corazón abierto costeadas por su fundación.
A sus 38 años Ortiz quiere aprovechar al máximo su poder de convocatoria para promover el torneo de golf benéfico que va para su sexto año y así recaudar recursos que sirvan para ayudar a más niños de escasos recursos a solucionar problemas médicos que están fuera de su alcance.
Solo de sus bolsillos saca US$100 mil cada año para el evento.
Es el Ortiz que no se despega de sus orígenes, que se siente en sus aguas tanto en el barrio como en el exclusivo sector en el que reside el poco tiempo que pasa en el país, que a menudo se toma unos tragos con viejas amistades en Haina y Villa Juana, que está al día con la programación local de televisión.
Ortiz giró al mediodía de ayer una visita al director de DL, Adriano Miguel Tejada, para informar sobre el torneo de golf, que entre el 12 y 15 del corriente mes se jugará en Cap Cana con figuras como Alex Rodríguez, Miguel Cabrera, Pedro Martínez, Hanley Ramírez y Robinson Canó.
Vestido de ropa casual, gafas de sol, con alpargata, sus clásicos pendientes, cadena, guillo y acompañado de Nelba Peláez, directora ejecutiva de la fundación, Ortiz está tan al día con los trabajos realizados por la entidad como de sus numeritos en el terreno.
El bateador designado se emociona cuando habla de la forma en cómo le cambió la vida a madres que no podían trabajar por los problemas físicos de sus hijo, cuando menciona cómo unas 411 enfermares del hospital Robert Reid Cabral fueron entrenadas para lidiar con el tratamiento post operación.
«Cada vez que veo que llevan 10 o 15 carajitos de los que hemos operado y veo a esos carajitos que vienen corriendo para encima de mí, a abrazarme y a darle las gracias a uno y te enseñan el pechito con las cicatrices ya esa vaina a mi me motiva a que yo continúe haciendo esto, a mi se me olvidan los jonrones, la fama, dinero, yo pienso en mis hijos, yo pienso en qué sería de mi si estuviera enfrentando la misma situación con un niño así y si no tuviera la oportunidad de poner hacer nada por él», dijo Ortiz.
En los primeros cinco años el torneo ha recaudado cerca de US$2 millones. Pero hay unos 400 niños en lista de espera para hacerse operaciones que cuestan entre US$5 mil y US$10 mil realizadas por instituciones que colaboran con la fundación, por lo que solo hay que costear los materiales.
«Me mantengo con los pies sobre la tierra porque sé que esto (la fama) un día se irá y el día que ocurra no me quiero caer de un edificio más alto que este, quiero mantenerme normal con mi gente. ¿Para qué uso la fama? Para lo positivo, para lo necesario, mi fama yo la uso para mi fundación, porque Dios no le da la posición que le da a uno solamente para el beneficio personal», dijo Ortiz.
No cree en sabermetría
El análisis del béisbol a través de estadísticas de última generación subjetiva (sabermetría) divide a sectores de opinión en torno a la forma de evaluar el juego. La mayoría de jugadores rechazan esta metodología, entre ellos Ortiz.
«No creo en na de esa vaina. ¿Sabes por qué? Porque eso te puede hablar de número, pero no del corazón. Lo que hacemos día a día para jugar pelota. Sabes las veces que yo me he levantado en la mañana que mi mujer me dice ‘¿y tu eres el que vas a jugar, pero no puedes ni caminar?’ Nadie sabe eso, solo el corazón de la auyama, la computadora y los críticos allá afuera que ven el juego en la TV o de afuera no saben eso», dijo Ortiz.
Anécdota con Bonds
En el año 2002 antes de convertirse en el Big Papi, Ortiz tuvo la oportunidad de conocer a Barry Bonds en Seattle y no desaprovechó la oportunidad de preguntarle la clave de su éxito con el madero.
Bonds le contestó que asumía que su hija estaba entre el plato y el catcher, que solo los strikes podían golpearla por lo que se aseguraba de evitar que pasara un strike por ahí. «Eso fue clave para mí», dijo Ortiz.
«Ese tipo tiene que estar en el Salón de la Fama. Lo que tienen que entender es que no hay un producto en el planeta que te ponga así de bueno, no existe. Lo que él hacía bateando ni con kryptonita (el mineral que debilitaba a Superman) que te puedes meter y no vas a llegar ahí», dijo.

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